En 1938 la Universidad de Montevideo recibió a las tres poetas más importantes de América en un curso de verano: Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y Juan de Ibarbourou, la dueña de casa. La poeta uruguaya leyó un discurso titulado Casi en pantuflas que da cuenta del modo en que enfrentaba la creación poética. La autora confidenciaba que “no uso vestiduras flotantes, ni luces veladas, ni lámparas de oro, ni divanes cubiertos con pétalos de rosas” y sugería que su torre de marfil era más bien “una amable habitación querida, en lo alto de mi casa, con dos grandes ventanas abiertas a la vida, al mar, a un paisaje terrestre lleno de árboles y de viviendas pobres”.
Creadora de una obra que indaga en el amor, la naturaleza y la muerte desde una perspectiva feminista, Juana de Ibarbourou escribía con una profunda sensibilidad, pero sin aspavientos. Entre sus poemas más célebres se encuentra La higuera, publicado en 1922. Reeditado ahora en una hermosa versión ilustrada por Diego de Arena, el poema reflexiona en torno a la belleza a partir de la figura de ese árbol antiguo y de corteza grisácea: “Porque es áspera y fea/ porque todas sus ramas son grises/ yo le tengo piedad a la higuera”, dice. Mientras el jardín se cubre de flores en primavera, “la pobre parece tan triste/ con sus gajos torcidos que nunca/ de apretados capullos se viste”. Las ilustraciones coloridas y ligeramente surrealistas iluminan las resonancias actuales del poema. Porque más allá de los limoneros y naranjos, que parecen siempre alegres, para la poeta la higuera es “el más bello de los árboles todos del huerto”. Y si esta es capaz de escucharla, es probable que de noche, cuando el viento pase entre sus ramas grises, ella misma le confiese: “Hoy me dijeron hermosa”.
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